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Juanito El Divino - 40


— ¡Explosión! ¿De qué? ¿Y, por qué? — no dejaban de preguntarse muchos de los presentes adoptando el aire de investigadores, entre ellos el señor alcalde y algunos de sus concejales. Don Celestino, no decía nada — como siempre solía hacer, esperaba a que una mayoría se pusieran de acuerdo para, según los resultados de sus deducciones, aprovechar para meter su cuñita dogmática sin correr riesgo alguno. Como guía espiritual de una doctrina basada en lo improbable, no podía decantarse por algo concreto ya que se colocaría en una posición tan incómoda como comprometedora. Ya casi amanecía cuando el fuego, carente de combustible, se extinguió casi por sí solo ya que, los improvisados bomberos, cansados de hacer esfuerzos casi inútiles—según su propia opinión— pronto pasaron a ser meros espectadores de algo que, según ellos, ya no tenía ningún remedio. Desde luego que, viendo los ennegrecidos trozos de pared que todavía seguían estado en pie, la esperanza de encontrar al divino con vida o, incluso sin ella, en aquel montón de cenizas, no tenía cabida ni en las mentes más infantiles.


juanito el divino

El que más y el que menos, miraba asombrado el aspecto tan desolador que ofrecían los dos negruzcos montones de detritus en los que se habían convertido la que fuera la vivienda y la fragua. Aún no había aparecido totalmente el sol que muchos de los que, por ser domingo, no tenían que acudir a su trabajo, fueron apareciendo por los alrededores. En realidad, menos el panadero, todo el pueblo parecía haberse congregado frente a lo que, sólo unas horas antes, fuera la casa de su querido y admirado divino. Ahora ya guardando un silencio en el que solamente se podían apreciar algunos cuchicheos, o, incluso rezos, todos parecían estar hipnotizados mirando entre los adobes convertidos en carbón, la profusión de hierros retorcidos, pero, sobre todo, la gigantesca inacabada estatua de cristo en la cruz. Primero las autoridades y luego los más atrevidos se fueron acercando a aquellas todavía humeantes ruinas para ver de cerca lo que quedaba de ellas. En poco tiempo, casi igual que los fieles musulmanes hacen una vez al año en la meca, todo el pueblo parecía girar en torno a la vivienda del divino al que ya se le daba por desaparecido. No faltaron quienes, al confirmarse que al divino no se le había encontrado por ninguna parte, se persignaran devotamente murmurando algún rezo delante de la que fuera su vivienda. — ¡Lo que faltaba!, seguramente hubiera dicho don Celestino de haber podido ver cómo esas muestras de devoción se repetían en algunos grupos de sus más fieles feligreses, pensando que quizá muy pronto se vería obligado a celebrar alguna misa en aquel lugar. Claro que si no pudo ver la patética devoción que inesperadamente provocó en aquellas personas aquel trágico suceso, fue porque ya se había ausentado del lugar para prepararse para celebrar su misa dominical. De todas formas, aunque había sido de los primeros que había acudido al lugar tras oírse la explosión, su discreta conducta y los pocos comentarios que había hecho, no consiguieron satisfacer a nadie. Todo el mundo esperaba algo más de entrega de quien parecía ser tan amigo y confidente del desaparecido. Solamente en la homilía de la misa que celebró ese mismo domingo habló largo y tendido de esa desgracia. Aunque empleando las frases hechas que los curas tienen preparadas para estos casos, en esta ocasión don Celestino consiguió comunicar a los oyentes que habían acudido ese día, la tremenda pena que sentía por lo sucedido. Sus palabras tenían un acento tan sincero al referirse a su querido y admirado Juanito que emocionaba. ¡Nuestro hermano!, acabó diciendo con una voz cargada de tanto sentimiento que consiguió provocar algunas lágrimas a más de uno de los presentes, incluso a aquéllos que creen estar por encima de todos estos sentimentalismos. Como era de esperar, durante los días que siguieron a tan dramático siniestro, se hicieron toda clase de comentarios, algunos abiertamente y otros en la forma habitual en la que circulan determinadas “verdades” en casi todos los pueblos. Ya se sabe…, esas murmuraciones que, bajo el anonimato, permiten decir cualquier cosa. Rayos celestiales, envidias, explosiones misteriosas…, eran los argumentos que más se manejaban para explicar lo sucedido. En realidad, menos involucrar al departamento de inteligencia de algún país que, celoso de las insuperables berzas de Bonaterra del Godo, había querido advertir de su poderío militar para acabar con su producción, se decía de todo. Como no podía faltar, también se llegó a considerar la posibilidad de que fuera la acción se esos cazurros separatistas, que siempre andan por ahí queriendo separarse de lo que sea por medio de bombas.


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