Claro que, enseguida cayeron en la cuenta de que, las tormentas se manifiestan con varios truenos y relámpagos, sin embargo, ellos, no solamente habían oído uno, sino que, además, el ruido había sido seco, como si una fuerte explosión hubiera pretendido arrancar de cuajo todo el pueblo de aquella bendita tierra.
—Ha debido de ser un rayo — pensaban los que, como trabajadores del campo, presumían de tener gran experiencia sobre estos fenómenos.
— ¡Un rayo! ¡Ha sido un rayo que ha caído muy cerca! Yo lo he visto — dijeron algunos precipitándose fuera de sus casas para comprobar lo acertado de sus impresiones.
— Ha sido una explosión… No creo que haya sido un rayo. A mí, me ha parecido, más bien, la explosión de una bomba, no faltaron en decir los que, apoyándose en los anaranjados resplandores del fuego que en ese momento iluminaba cierta parte del pueblo, se inclinaban por esta posibilidad.
— Parece ser que ha sido un rayo que ha caído en la casa del divino — se oía decir en algunos de los grupos de vecinos que, pasados unos momentos de la explosión, como no llovía ya llenaban las calles del pueblo. Como era de esperar, los más audaces primero, y después, muchos de los demás habitantes del pueblo, no tardaron en correr en dirección de las llamas por si podían ayudar a alguien y, de paso, tratar de apagar aquel fuego antes de que se propagase a otras casas. Como ya la idea de que aquello no podía ser los efectos de una tormenta como se había pensado antes, la gente, aunque seguía corriendo en dirección de lo que parecía un auténtico brasero lo hacía mucho más prudentemente. Sin duda pensaban que, si aquella explosión era la de una bomba, pudiera ser que explotasen otras.
Cuando ya estuvieron frente a la casa del herrero — dicho más exactamente, de lo que quedaba en pie de ella, aquel lugar presentaba un aspecto desolador, ya que sólo se veían enormes llamas en donde antes estaba situada la casa y la fragua. El viento que se había despertado como si quisiera contribuir a aquel espectáculo infernal, avivaba aún más el fuego que parecía devorar todo a su paso.
Aunque algunos ya habían empezado a organizarse para tratar de extinguir aquellas aparatosas llamas, enseguida desistieron de ello por lo imposible que resultaba esa tarea.
No sólo por no contar con los medios necesarios para cumplir con esas pretensiones, sino, sobre todo, porque el pequeño bloque que formaban la casa el patio y la fragua de Juanito se veía claramente que ya no tenía salvación pues todo estaba reducido a escombros. Un tanto frustrados optaron por limitarse a cuidar que aquel fuego no se extendiese a las casas cercanas.
— ¡Con el fuego nunca se sabe! — aún decían los más entendidos, aunque, según añadían enseguida, el hecho de que aquella casa estuviera bastante aislada no presentaba ningún peligro para las demás.
— ¡El divino! ¡Se está quemando la casa del divino! — se oía gritar ya por todo el pueblo, mientras, a prudente distancia, ya se podía apreciar a mucha gente mirando atónitos cómo el fuego devoraba la casa de Juanito.
— ¡Juanito! ¡Juanito! — empezaron a gritar como si de repente pudieran verle salir de entre las llamas, cuando las autoridades empezaron a acudir a la zona del siniestro.
El mismísimo alcalde en persona, usando de su autoridad, empezó a movilizar a su gente para avisar a otros miembros de su corporación y, cómo no, también a don Celestino. Como todos los que iban acudiendo al lugar, lo primero que hacían era preguntar por Juanito sin obtener una respuesta valedera, todos acababan preguntándose en dónde podía estar el pobre muchacho a esas horas. Ni que decir tiene que, como si se hallasen alrededor de un brasero en las noches invernales, cada uno iba diciendo lo que le pasaba por su cabeza por muy disparatado que pudiera parecer. Claro que, los que más coincidían en su versión, eran los que decían haberle visto no hacía mucho tiempo paseando envuelto en su famosa túnica por los alrededores del pueblo. Eran éstos los que opinaban que el paseante, al ver el resplandor del fuego desde la distancia, no tardaría en hacer acto de presencia. Tampoco faltaban aquéllos que, mucho más pesimistas, ya se adolecían de la muerte tan horrorosa que había tenido el pobre chico. Y, cómo no, también aportaban sus razonamientos los que ya comenzaban a preguntarse, en el caso de que aún viviera, a dónde iba a vivir el muchacho a partir de aquellos momentos. Al oír tales afirmaciones, y optando dar más crédito a los que preconizaban que Juanito estaba vivo, rápidamente se organizaron unas cuadrillas para ir a buscarle por los lugares que algunos decían haberle visto unas horas antes de la explosión.