Sin observar el más mínimo escrúpulo por mentir tan descaradamente, repetían palabra por palabra el dialogo mantenido con él, claro que, creyendo conveniente no exagerar demasiado, enseguida añadían que la conversación había sido extremadamente corta.
“Ya conocéis su manera de ser”, concluían haciendo ese gesto de fastidio que se suele hacer cuando alguien se ve en la obligación de repetir algo ya muy sabido.
Como es natural en este mundo, en el que todo está sujeto al tiempo, una vez que hubo pasado el intervalo que generalmente suele ocupar todo lo novedoso, la imprevista y sensacional popularidad del divino también fue quedándose relegada a un segundo plano. Igual que sucedía en las procesiones anuales, en las que el pueblo entero seguía con notorio fervor la carroza en la que se exhibía un Cristo ensangrentado que luego casi nadie visitaba durante el resto del año, Juanito dejó de ser de actualidad.
Tras la fuerte efervescencia que había originado días atrás todo lo que le concernía, la mayoría de la gente poco apoco fue interesándose por otros asuntos. El interés despertado por su extraña desaparición, y todas las historias que este hecho había suscitado, dejaron de ser de actualidad y paulatinamente el tema de Juanito el divino fue adentrándose en esa especial rutina que, según se mire, tanto se parece al olvido. Aunque fue mucha la gente que siguió ocupándose de él, aportándole cotidianamente parte de lo esencial para su subsistencia, el resto ya ni siquiera pensaba en él. La fama, como las hogueras, hay que estar alimentándolas constantemente para que no se conviertan en el tibio rescoldo que precede a las cenizas.
Fue con motivo de la boda del hijo de Pepe, su vecino más próximo y amigo íntimo de su padre el difunto herrero, que Juanito, o el señor Juan, como ya se habían acostumbrado a llamarle mucha gente, pareció recobrar la popularidad de antaño. Naturalmente que un vecino, todavía bastante popular, no sólo fue invitado a dicha boda, sino que, además, como resultaba lógico al tratarse de alguien tan señalado, lo fue en calidad de un convidado importante.
Con bastantes días de antelación, se colgó en su puerta, en el interior de una primorosa bolsita, que nada tenía que ver con las que colgaban conteniendo alimentos, una invitación.
Como era de esperar él no contestó inmediatamente a tal invitación y, cuando lo hizo, fue personalmente. Tres días después de que aquella bolsita tan especial apareciera vacía junto
a las que habían contenido las prosaicas aportaciones cotidianas, cuál no sería la sorpresa de los padres del novio, cuando tras oír tres contundentes golpes en la puerta, al abrirla
ver frente a ellos a su famoso vecino que, con una de sus mejores sonrisas, anunciaba su asistencia a la boda. Como suele sucederles a las personas que sólo se expresan a base de silencios
más o menos elocuentes — que les hace parecer más inteligentes que lo que son — en el caso de Juanito, debido a la fama que le precedía, alcanzaba cotas inimaginables. En ese momento, era
tal la sorpresa que experimentaban sus vecinos al verle, que se precipitaron, no sólo para rellenar esos silencios, sino que le otorgaron frases y agudezas que, ni por asomo se le hubieran
ocurrido a él. Claro que, tampoco pareció importarles demasiado saber lo que hubiera podido decir él si hubiese decidido romper su silencio.
Durante los habituales ajetreos que suelen ocasionar los preparativos de una boda que, como todo el mundo sabe, casi siempre se suele tirar un poco la casa por la ventana — como se suele decir — en este caso así fue. Por extraño que pueda parecer, no sólo es en los pueblos pequeños en donde más excesos se hacen, sino que son las familias menos pudientes las que más extravagancias suelen cometer. Para corroborar esta peculiaridad tan pueblerina, sirva señalar la especial invitación a Juanito, y no sólo eso, sino que, para hacer más evidente tal invitación, se pensó en su indumentaria como si lo que fuera a vestir Juanito fuese casi tan importante que el traje del novio. Claro que, esta preocupación estaba justificada, pues nadie quería verle vestido como acudió al entierro de su padre. La familia del novio, principalmente su madre, con el firme deseo de no tener que verle vestido otra vez con aquel, tres piezas negro que, aparte de encontrarle inapropiado para una boda, les recordaría el casi reciente entierro de su vecino. Sin saber que ese feo conjunto ya había sido reducido a cenizas, decidió confeccionarle un nuevo conjunto que estrenaría en la boda de su hijo.
Esta idea pronto cuajó en el ánimo de los miembros de las familias de los contrayentes,
sobre todo, en los encargados de organizar todo el evento que, además, y esto era fundamental, eran los que corrían con los gastos.