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Juanito El Divino - 29


Muy redicho se explayaba en seguir proporcionando detalles de aquel encuentro tratando de prolongar al máximo una narración que le convertía en un admirado protagonista y testigo de algo insólito. Lanzado ya a ir hasta el final de sus invenciones, detallaba con exquisita minuciosidad, no sólo la estancia en la que había tenido lugar aquella entrevista, sino, también como iba vestido el personaje que, por primera vez, le recibía en su casa. — ¡Sólo tenía puesta una larga túnica blanca que le llegaba a los pies!


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— dijo el muy pícaro teatralmente levantando el tono de voz para conseguir más efecto a su inédita revelación. Ahora ya no hizo uso de su acostumbrada coletilla de “ya sabéis” porque estaba totalmente seguro de que, el asunto de la túnica, aún no lo sabía nadie, entro otras cosas, porque se lo acababa de inventar él en ese mismo momento, sobre la marcha. — Tienes que firmar aquí, le dije al entregarle el paquete — continuó su relato ya embalado por la feliz ocurrencia de la túnica ya que veía claramente en las caras de sus oyentes, el efecto de sorpresa conseguido con esa oportuna revelación. La verdad es que, cuando se encontró a solas con Juanito — eso sí era cierto — no había podido ocultar su sorpresa al ver que el fornido muchacho que tenía ante él le miraba fijamente como si le estuviese esperando. Seguramente Influenciado por todas las estrafalarias historias que había ido oyendo ya durante varios días, hacía que ahora, al encontrarse en su presencia, se sintiese bastante cohibido. — Pon tu firma en esta casilla, le había dicho ofreciéndole solicito un bolígrafo y un sobado cuadernillo abierto en donde se podía apreciar toda una serie de bien organizados garabatos. Sin poder dominar el nerviosismo que le producía el encontrarse a solas y tan cerca de Juanito, le hacía no pensar en otra cosa que en salir de aquella casa cuanto antes, incluso sin haber podido recopilar toda la información que se había prometido obtener para poder fantasmear luego con todo aquél que quisiera oírle. — Lo siento, pero debes de poner también tu nombre, ¿sabes? Insistió volviéndole a dar el cuadernillo de las firmas y aprovechando, no obstante, esta ocasión para cotillear al máximo observando con fruición todo lo que le rodeaba. Quedándose con las ganas de saber su contenido, le entregó el paquete en cuestión sin siquiera disimular un gesto de desagrado por estar obligado a desprenderse de algo que, tras tantos días en su posesión, ya casi lo sentía como suyo. Mientras esperaba que Juanito terminara de estampar su nombre en el sitio que le había indicado, él, como si sus ojos fueran el objetivo de un tomavistas, los paseaba inquisitoriamente por todos lados, mientras que, entre todas las interrogaciones que se amontonaban en su magín, se preguntaba cuál sería el contenido de aquel pesado paquete que, según rezaba en una de las etiquetas que tenía adheridas venia de Portugal. “Industrias Faraón, Oporto”, se leía en una de ellas. No tuvo tiempo de hacer más elucubraciones sobre este tema ya que Juanito, como si obedeciera a un toque de alarma proveniente de su interior, levantó su enorme cabeza hasta clavar los dos puntos negros de sus ojos en él. — Bueno…, ya no te molesto más, dijo vacilante el turbado cartero en tono de excusa, mientras, eludiendo todo lo que podía la mirada de Juanito, y dando el último vistazo a su alrededor, se apresuraba a guardar aquel cuadernillo de firmas en su ajada cartera de cuero. Ya en la calle, respiró profundamente con gran alivio, y aunque se dio cuenta de que, en definitiva, y a pesar de todos sus esfuerzos, no había logrado saber gran cosa sobre las últimas andanzas del ya famoso divino, ni sobre el contenido del paquete que acababa de entregarle, se sentía satisfecho. Desde luego, se sentía mucho más tranquilo que unos minutos antes, pues tenía la fuerte impresión de haber estado muy cerca de algo muy serio. Trascendental — terminó diciéndose inquieto. Tras oír una y otra vez este relato, eso sí, ambientado con detalles que lo hacían más interesante y, sobre todo, ya matizado con el arte del que era capaz el imaginativo narrador, los ocasionales oyentes escuchaban con suma atención todo lo relacionado con alguien que, para muchos de ellos— hasta hacía bien poco— había sido casi inexistente. Como ya, a esas alturas, era difícil no estar al corriente de las andanzas de Juanito, lo que contaba el cartero cuadraba muy bien con lo ya habían oído narrar sobre él. Ni que decir tiene que, la ocurrencia del cartero en convertir en túnica el mantel con el que se cubrió Juanito para no recibirle en calzoncillos — que es como, desde que se quedó huérfano solía estar en su casa — causó el efecto perseguido. Acostumbrados a oír tantas cosas, a cuál más inverosímil sobre tal personaje, poca cosa les podía asombrar.


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