A partir de ese día, ya nadie pudo estar seguro de su paradero, pues nadie estaba seguro de haberle visto en algún sitio preciso, ni dentro del pueblo, ni en los alrededores, ni siquiera si había emprendido de nuevo un recorrido por los montes cercanos. Una vez más, todo lo que se podía decir de él, volvían a ser especulaciones sin fundamento. De todas formas, aunque no faltaban aquéllos que seguían diciendo, como ya lo hicieran en anteriores ocasiones, que se habían cruzado con él, en tal y tal lugar, ya nadie los creía. Ahora ya casi todos pensaban que todo eso no eran más que habladurías con las que pretendían ganar protagonismo los mismos de siempre.
Al único que creían lo que decía, pues era el único que podía asegurar haber estado con él desde su reaparición y, además, en el interior de su casa, era el cartero. Este hombre, chismoso entre los chismosos, pero que no tenía ni un pelo de tonto, percatándose de la enorme importancia que el hecho de ser él el primero que había estado con el divino desde su reaparición, que incluso le había valido ya más de una invitación en el bar para que contara aquella entrevista, se satisfacía en relatar una y otra vez aquel importante encuentro que, según la audiencia que tuviese, lo iba alterando añadiéndole, según considerase oportuno, el fruto de su propia fantasía que, todo hay que decirlo, no parecía tener límite. Como su trabajo como empleado de correos no le ofrecía muchas oportunidades para poder hacer uso de su gran potencial como novelista — cualidad que él ignoraba —, siempre que su instinto barruntaba una buena oportunidad de operar cambios en las realidades a las que se enfrentaba cotidianamente, aprovechaba para fantasear según creyese conveniente. Quizá esa fantasía, también la utilizaba en otras actividades, no en vano en el pueblo se le conocía como el “Gaudí del arbusto” debido a sus remarcables creaciones paisajísticas que hacía como jardinero. Una verdadera pasión que desarrollaba en las horas libres que le dejaba su empleo como cartero.
El relato de aquella famosa entrevista con el divino, que, a fuerza de querer hacerla más interesante, ya poco tenía que ver con lo que verdaderamente había sucedido, tenía bastantes seguidores. Una de sus últimas versiones, arrancaba exactamente desde el mismo día de haber hecho su reaparición en el pueblo el principal protagonista. Según puntualizaba él, muy poco tiempo después de que éste hubiera llegado a su casa.
—Fui el primero en verle tras su regreso al pueblo. Un día antes que el señor Julián y otros amigos consiguieran dialogar con él — dijo a sus más recientes oyentes como si les anunciase haber ganado un maratón.
—Bueno. ellos tuvieron más suerte que yo, ya que, por lo menos, le encontraron despierto, Sin embargo…, lo que me sucedió a mí cuando entré en su casa el día anterior, resultó bastante frustrante ya que, tras aporrear la puerta que curiosamente la encontré abierta, entré y me lo encontré durmiendo. Vosotros ya sabéis que, cuando el divino duerme… ¡ni un cañón puede despertarle! De todas maneras, respetuoso que soy con la vida de los demás — subrayó con cierto énfasis — yo ni lo intenté, ¡claro está! Duerme tranquilo, que yo vendré más tarde, me dije pensando que, aunque tuviera que alterar mi horario como empleado de correos, volvería para entregarle ese paquete que había estado arrastrando conmigo ya durante varios días. Así que, unas horas más tarde, volví, sobre todo, para deshacerme de ese dichoso paquete que le habían enviado desde el extranjero.
Después de tan minucioso preámbulo, continuó explicando, también con todo lujo de detalle, que cuando volvió a llamar a la puerta, que seguía estando abierta, una voz desde dentro le había invitado a que pasara…
— Enseguida reconocí que era la inconfundible voz de Juanito…, quiero decir, el señor Juan — rectificó rápidamente. Luego, después de un pequeño silencio con el que consiguió intrigar aún más a sus oyentes, continuó narrando lo sucedido en aquella ocasión como como si se tratase de una verdadera hazaña.
— Me recibió sentado. y con una actitud muy cordial, eso sí, tan silencioso como siempre, ¡ya sabéis como es! — añadió como si se dirigiera a los más entendidos de las costumbres del personaje al que se estaba refiriendo — Claro que, si he de ser sincero, no estoy muy seguro de si me dijo algo. Desde luego que, si algo dijo, yo no lo entendí… Atareado como estaba yo en ese momento tratando de explicarle el asunto del paquete recibido a su nombre, ni yo mismo podría repetir con exactitud mis propias palabras — acabó diciendo como si, así, ya diera esos pequeños toques que da el artista para matizar su obra.