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Juanito El Divino - 22


El que más aliviado se sintió al oír esta posibilidad fue Don Celestino. Como máximo representante de la mejor saga de todos los tiempos, lo que le atribuía el derecho de arbitraje en todo lo que la ciencia y el sentido común no puede explicar, debía mantenerse a la expectativa para no cometer errores. Ni que decir tiene que, al sentir que éstos últimos comentarios, no sólo desmitificaban al personaje alejándole de una posible competencia, sino que ayudaba a que la gente se inclinase por lo más razonable, y no siguiera dando rienda suelta a todas sus fantasías.


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Atónitos iban quedándose al verle todos los que, el azar, hizo que se cruzaran con Juanito en la carretera en las proximidades del pueblo. No sin cierta aprensión — era normal después de todo lo que se había dicho — le miraban insistentemente, como si sus ojos quisieran penetrar en el profundo secreto que sin duda albergaba el silencioso caminante. Rápidamente, esta noticia no tardó en correr de boca en boca hasta alcanzar no sólo a todos los que vivían en esa localidad, sino también a todos los habitantes de los alrededores. Enseguida, no hubo granja o casa de labor en donde, al poco tiempo de la reaparición de Juanito, no se oía decir, como si fuera la gran noticia esperada, que el señor Juan, “el divino”, había regresado para estar entre los suyos.


juanito el divino

Como suele ser normal en circunstancias excepcionales, tras la inexplicable ausencia y el no menos sorprendente regreso de Juanito, no faltaron aquellos que, al propagar la noticia, aprovecharan la ocasión para matizarla según su propia imaginación. Como si cada uno de ellos le fuera dando una mano de pintura a su gusto, en el transcurso de muy poco espacio de tiempo, la noticia inicial ya no era la misma. Ahora la que anunciaba la aparición de Juanito — ya para todos, el señor Juan el divino — iba fuertemente impregnada de pequeños detalles un tanto misteriosos. Teniendo en cuenta que su inexplicable desaparición, había sido durante bastantes días la comidilla de toda esa gente, ahora, al escuchar que todo había entrado en lo normal, sin saber por qué, les perturbaba tanto como cuando se anunció su desaparición. Incluso aquéllos que en todos esos días no habían logrado saber nada más que aquello de que alguien del pueblo había desaparecido, ahora se sentían descontentos sin saber exactamente por qué. Pudiera ser porque instintivamente notaban que se había terminado el espectáculo que tan buenos ratos les había hecho pasar escuchando las increíbles historias que habían revolucionado aquellos lugares. La verdad es que, resultaba fácil de comprender que ahora se sintieran algo defraudados al enterarse que quien había provocado con su ausencia todos esos delirios, había regresado a su pueblo como lo hubiera hecho cualquier otro vecino después de unas vacaciones. Claro que, como suele ocurrir con las noticias importantes— y ésta lo era para aquellas gentes — había tantas opiniones como habitantes, incluso también hubo quienes respiraron tranquilos por el final feliz de una historia que hubiera podido tener un final dramático. Lo que sí quedaba claro era que, el reaparecido divino, al venir ya envuelto en todo lo que se había fabulado sobre su persona, a los ojos de casi todo el mundo ya no parecía ser el mismo. Demostrado quedaba así que, la celebridad una vez que es adquirida — sea de la manera que sea — adquiere valores impredecibles, hasta el punto de desfigurar tanto la realidad que, en muchos casos, ya no es la misma. Más o menos esto es lo que sucedió con Juanito, que sin tener nada extraordinario, las circunstancias, esa casualidad que, por no saber interpretarla se la juzga caprichosa, le hizo tener el comportamiento adecuado para que la gente, ante la que sólo unos días atrás pasaba desapercibido, ahora, tras haberles excitado su imaginación, le valoraba como un ser extraordinario. Los que decían haberle visto caminar en dirección del pueblo, comentaban que, ya en su manera de andar, se notaba algo extraño, difícil de explicar, pero que, desde luego, no parecía ser muy normal. — Caminaba totalmente abstraído, como si no diera ninguna importancia a lo que le rodeaba…


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