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Juanito El Divino - 21


— ¿Qué habrá dentro de ese paquete que le han enviado desde tan lejos? — se preguntaban intrigados los que estaban al corriente de este asunto, que, a decir verdad, era la mayoría de los habitantes del pueblo. Ya resultaba casi imposible que en Bonaterra del Godo, hubiera alguien que no se interesara por la alucinante historia que, tan a lo tonto, se estaba creando en torno al que, no hacía mucho, era tratado como el “retrasadito” del pueblo. — Según he oído, parece ser que ese paquete se lo han mandado desde el extranjero… ¡Un Faraón, dicen — divulgaban alegremente y con matices de misterio aquéllos que sólo ven el tren a través del ruido que deja al pasar. Éstos y los pertenecientes a las capas más bajas de la escala social que, se quiera o no, existe en todos los pueblos, se limitaban a repetir, sin discrepancia alguna, lo que oían decir a los que, fuera a través de la política, o por reciente buena posición económica, se consideraba como la élite. Claro que, los ricachones de toda la vida — en muchos casos simples herederos de quienes se lo trabajaron bien —, quizá nostálgicos del derecho de pernada, temerosos de que alguien les arrebatase el poderío, husmeaban todo este asunto con cierta cautela por si acaso toda esa historia no terminase siendo una agresión a sus intereses. Al seguir pasando los días sin que apareciera el personaje en cuestión, ahora ya más famoso que nunca, surgieron, como era de esperar, infinidad de historias y de relatos para todos los gustos en torno a este asunto. Como es lógico, entre todas las versiones que ya circulaban sobre una desaparición tan inexplicable, algunas sólo mantenidas y alimentadas por quienes disfrutaban como chiquillos en un parque temático, resultaban tan inverosímiles que no podía asegurarse que se las creyeran ni siquiera sus divulgadores. Claro que, debido a la variedad de versiones, el pueblo acabó dividiéndose en dos bandos. Las autoridades, como tales, aunque oficialmente habían hecho un simulacro de búsqueda que, exento de verdadero interés por parte de los buscadores, no arrojó ningún resultado, lo que dio paso a pensar que Juanito se encontrase en la capital de la Comunidad. Una suposición— una más entre todas las que ya se habían instalado entre buena parte del pueblo —, que contribuyó a crear más divergencias. Una de las conclusiones que parecía tener más enganche entre la población — de lejos la más estrambótica — era la que insinuaba que el divino podía saltar de una realidad a otra. Para argumentar este descubrimiento algunos decían que, desde hacía unos días habían observado que ciertas noches parecía salir humo de la chimenea.


juanito el divino

Según aseguraba el que aportaba esta novedad, con tal expresión de misterio que, de haber tenido algún diente, podría haber interpretado el personaje de Drácula, todas las noches se repetía este fenómeno. Disparates, y más disparates, es lo que parecía entretener, cuando no provocar la imaginación de unas pobres gentes que, antes de la desaparición del hijo del herrero no hablaban más que del crecimiento de sus berzas. Lo cierto es que, con estas renovadas supersticiones medievales, Bonaterra del Godo parecía otro. Las burradas que se decían sobre Juanito ya rayaban en cierta locura colectiva ya que se llegó a decir que era un extraterrestre que habiendo cumplido su misión en la tierra había regresado a su mundo. Los que sostenían esta última idiotez, aunque no eran idiotas, sí aprovechaban cualquier oportunidad para parecerlo, y aunque tales disparates no tenían largo recorrido, algo dejaban a su paso. No cabía duda de que, incluso para los propensos a creer en este tipo de fantasías — que también los hay —, estas supuestas conexiones de los extraterrestres no cuajaban demasiado, y aún menos aquello de que Juanito podía aparecer y desaparecer a su antojo. — ¿Acaso no había sido por esta extraordinaria peculiaridad de poder estar en varios sitios a la vez que se le llamaba el divino? — esgrimían como prueba irrefutable los que no conocen los innumerables vericuetos que conducen al ridículo. —Mirándolo bien… ¿Por qué no? — se precipitaban para añadir como si así, dejaran todo aclarado ante aquellos que consideraban a Juanito como alguien diferente, pero sin clasificar. Eran estos los que, para justificar su desaparición, recurrían a la fórmula más facilona y, desde luego, la menos extravagante, que consistía en decir que se habría perdido por alguna parte durante uno de sus paseos nocturnos.


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