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Juanito El Divino - 19


— Por cierto, esta misma mañana, cansado ya de llamar a su puerta, como vengo haciendo todos los días sin obtener respuesta alguna, he vuelto acompañado de Virgilio… ¡Ya sabes!, el del camión…, el que compite contigo en lo de los toros, y entre los dos, no sólo hemos insistido en llamar, sino que él, hasta ha empujado un poco la puerta. Sólo un poco ¿eh?, y ésta se ha abierto sola… ¡Créeme! — añadió apresuradamente al darse cuenta de que, conocidos o no, estaba hablando con la autoridad. Lo que el pobre infeliz no podía saber, ni siquiera figurarse, es que, la puerta, al no estar cerrada con llave una vez levantado el picaporte, debido a su peso mal repartido por su notoria deformación, había cedido al pequeño empujón hasta abrirse de par en par como si alguien lo hubiera hecho desde dentro. Bueno, el caso es que, totalmente sorprendidos, e intrigados por la facilidad con la que parecían facilitarle la entrada a la casa del antiguo herrero, los ocasionales intrusos, tras unos instantes de duda, lanzaron una rápida mirada al interior. Solamente después de vencer las vacilaciones que causa el reparo que suscita el entrar en una casa ajena sin que nadie invite a hacerlo, buscaron a Juanito por todas partes sin éxito. Como por suerte la casa no era muy grande, pronto pudieron constatar que, aunque en ese momento no había nadie, la vivienda no presentaba indicios de abandono. Saltaba a los ojos que, el exiguo contenido de su interior estaba en orden y bastante limpio. También pudieron constatar que la fragua, aunque apagada y completamente fría, mostraba la misma disposición que si el difunto herrero acabara de estar trabajando en ella. Todo estaba bien ordenado, las herramientas en sus respectivos lugares y el suelo de tierra barrido, y el tonel en el que se enfriaban los trabajos de forja lleno de agua hasta los bordes. Incluso el patio que separaba la fragua de la vivienda estaba totalmente limpio y las cuatro macetas de flores — orgullo de la difunta señora de la casa — parecían haber sido regadas recientemente. De la considerable mancha que había dejado en el suelo la fogata de unos días antes, aunque la miraron, no dijeron nada.


juanito el divino

¡Ha desaparecido el divino! Afirmaban ya por todo el pueblo tan sólo unos minutos más tarde, y no había pasado ni media hora desde que el cartero confesara haber visitado su casa en compañía del tal Virgilio que, hasta en los alrededores más alejados ya estaban al corriente de este suceso. — ¿Se ha volatilizado como por arte de magia? —, se preguntaban algunos dispuestos a creer cualquier necedad con tal de añadir algo de fantasía a su aburrida cotidianeidad. — Creo que se lo han llevado…, pero no se sabe ciertamente quién — decían otros tratando de añadir un poco de morbo a la noticia sin saber exactamente de quién se trataba. Lo cierto es que, no sólo aquéllos que conocían a Juanito se permitían decir idioteces, también los que ni siquiera habían oído hablar de él, especulaban con estos rumores Como suele ocurrir en estos casos de extrañas noticias sobre hechos difíciles de explicar, ya sean fulgurantes apariciones, o, como en este caso, una incomprensible desaparición, todo el mundo se creía obligado a participar con sus pareceres. Como la mayoría de la gente carece de ocasiones para poder estimular su imaginación, ésta era la ocasión perfecta para poder expresar las ideas más delirantes. Bien sabido es que, cuando lo inverosímil comienza a ser creído, y la fantasía se apodera de la razón, queda abierta la puerta que conduce a todos los excesos. Ese mismo día ya no faltaron aquéllos que, al final de la jornada, tanto los que regresaban del campo, o de cualquiera de sus actividades dentro y fuera del pueblo, aseguraban haberle visto sentado, o paseando, solo o acompañado de una desconocida, o desconocido, en los más increíbles lugares. Aunque los más moderados solamente decían haberle visto en un estado “normal” — puntualizaban ellos — cerca de la carretera, o del vecino río, no faltaban los que, mucho más creativos, afirmaban haberle visto caminar “de forma extraña” por algún cerro de los muchos que existían en aquellos lugares. Tampoco faltaron los que, en la taberna, juraban haberse cruzado con él en alguno de los pueblos cercanos. Incluso, los aún más lanzados, contaban con todo detalle haberle apercibido junto a una despampanante rubia en la terraza de un café en la ciudad que se hallaba a más de setenta kilómetros de Bonaterra del Godo. Poco a poco, entre unos y otros, fueron tejiendo esos principios de historia a cuál más disparatada que, como todas las historias, a fuerza de repetirlas, sobre todo, retocadas y adaptadas a los momentos de su posible realidad, terminan por convencer, incluso al más incrédulo.


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