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Juanito El Divino - 14


Era ahora, estando a solas con ese hijo, aparentemente tan genial, que, el herrero, con esa tranquilidad del que nada espera ni nada desea, terminó de anunciar que había llegado al final de su camino. Mientras desvelaba algo tan grave como su propia desaparición, sus ojos, que ahora miraban fijamente el comportamiento de quien, para algunas personas, ya era algo más que el Juanito que todo el mundo conocía, detectaban en él expresiones que sólo podían tener cabida en la mente de un chiflado. Juanito, que, no sólo no había interrumpido a su padre en su extraño discurso, sino que con su mirada parecía alentarle para que siguiera hasta el final, le había escuchado con cierta devoción. Como si no le chocase la gravedad de las palabras que le dirigía su padre — a quien él siempre le mostró un especial respeto —, levanto su mirada y, con crispante lentitud bebió varios tragos del agua que contenía el bonitamente decorado jarro que se hallaba en el centro de la mesa. Enseguida, sosteniendo con sus ojos la cansada mirada de aquel hombre que tenía enfrente, que tan bondadoso había sido siempre con él, supo transmitirle toda su gratitud. Esa intensa mirada que le dirigió, era muy especial, ya que, los destellos de agradecimiento que parecían surgir de aquellos ojos, todo pupila, hubieran conmovido a cualquiera que hubiera estado presente en aquella, cuando menos, conmovedora escena.


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¡No, de ninguna manera esa mirada es la de un niño! —, pensó enseguida su padre esforzándose para no saltar de la silla para expresar la euforia que, sin saber por qué, le hacía sentir que estaba volando muy alto. Aunque envuelta en el acostumbrado silencio que Juanito solía usar como lenguaje, en aquella sorprendente mirada, se podía notar fácilmente que estaba cargada de un mensaje excepcional, profundamente turbador. En todo caso, nadie hubiera podido asegurar que fuera una mirada humana, en ésta, había algo distinto, incalificable, desconcertante. Era una mirada especial, que dejaba intuir que, para poder entender lo que transmitía, era necesario conocer un idioma excepcional. Como ya había experimentado en más de una ocasión, principalmente cuando en la fragua le había explicado algún detalle concerniente al trabajo de herrero, la especial manera de mirar de su hijo solía turbarle profundamente, ya que, sin dar muestra de haber entendido lo que le decía, por los hechos demostraba saber exactamente lo que tenía que hacer. Ahora, notaba que esa misma mirada, no sólo lograba conmoverle, sino que le hacía sentir como si una descarga eléctrica le sacudiera violentamente su cuerpo. Así estuvo, no sabría decir cuánto tiempo, sujeto a esa mirada hasta que le pareció leer en ella algo que no estuvo seguro de comprender. Como si tan extraño mensaje también fuera una tregua a su excepcional conversación, el herrero volvió a cargar su pipa y dejando que sus ojos se columpiaran observando las olas que parecían formar el azulado humo del tabaco, volvió a romper el silencio con una serenidad desconocida. — Estoy seguro de que me comprendes… Ahora sé que me comprendes muy bien… La verdad es que siempre me has comprendido — empezó a decirle a su hijo como si dejase caer sus frases desde una altura. Sin embargo, yo no puedo decir lo mismo, pues hasta este preciso momento, nunca he sabido lo que eres… Dijéramos que, yo solo me he limitado a quererte… — De todas maneras, ¿qué puedo decir que tú no sepas? —, continuó tras unos segundos de silencio en los que, a pesar de intentarlo, no consiguió extraer más humo de su pipa — En lo que a mí respecta, ahora ya sé que puedo irme tranquilo… ¡Gracias! querido hijo. — De todas maneras, ¿qué puedo decir que tú no sepas? —, continuó tras unos segundos de silencio en los que, a pesar de intentarlo, no consiguió extraer más humo de su pipa — En lo que a mí respecta, ahora ya sé que puedo irme tranquilo… ¡Gracias! querido hijo. La muerte — al menos lo que, a falta de otros conocimientos, consideramos como el final de la existencia —, sea cual sea el camino para llegar a ella, siempre conlleva una gran dosis de misterio. En este caso, unos cuantos días después de haber tenido lugar esta conversación entre padre e hijo, sucedió algo bastante insólito, si no por el hecho — al fin y al cabo, una muerte más — sí por la forma.


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