“Tampoco se le puede considerar como alguien normal” — había escuchado decir al que fuera el médico de la familia en las ocasiones que había pasado consulta — “Ya se sabe, todo lo que concierne a
temas mentales es muy difícil de diagnosticar… Definir lo que padece este muchacho es casi imposible… A veces, tengo una extraña sensación… Algo que ni siquiera me atrevo a intentar explicar —,
le había dicho enigmáticamente ese mismo médico al detenerse brevemente en la fragua para saludar al herrero, antes de ir a otros pueblos a pasar consulta como médico itinerante.
“No lo puedo asegurar, pero, desde que le conozco, tengo la absurda impresión de que tu hijo no es lo que parece… En fin, no me hagas mucho caso, ya te digo que son ideas absurdas que nada tienen que ver con mi calidad
de doctor. Además, no soy un especialista en esta materia, ¡eh! — terminó revelándole un día tras vencer sus escrúpulos de hombre de ciencia para, de una manera totalmente informal, comunicarle las dudas que le embargaban.
Hacía ya bastante tiempo que habían tenido lugar aquellas confidencias, pero las recordaba perfectamente porque desde aquella revelación había empezado a observar a su hijo bajo otra perspectiva, claro que, no era la
primera vez que le asaltaba la idea, un tanto estrafalaria, de que Juanito, el mismo que para todo el mundo sólo era un deficiente mental, no fuera en realidad algo verdaderamente extraordinario.
Un superdotado — pareció murmurar sin sentir el más mínimo pudor de decir inconveniencias. Ni siquiera experimentó el temor de que, quizá el amor de padre, le hiciera pasar por alto ciertas evidencias para inclinarse
por aquéllas que pudieran avalar lo que le había suscitado el médico.
Lo curioso era que, ese médico que últimamente le hablaba de la posibilidad de que su hijo fuera ese superdotado, años atrás le había convencido para que presentase el dictamen que él había elaborado sobre el estado de Juanito,
para que pudiera beneficiarse de la ayuda que el Estado concedía a los minusválidos.
Utilizando las terminologías médicas que requería dicho documento, afirmaba que, como conocedor del paciente, opinaba que, entre otras anomalías, poseía una mentalidad infantil, y que, según los exámenes realizados, no
cabía la esperanza de que pudiera cambiar. La respuesta, contrariamente a la lentitud con la que suele obtener cualquier documento administrativo, fue rápida y concluyente.
“Teniendo en cuenta su demanda, se le notifica que tiene derecho a lo solicitado ya que, tras el estudio realizado sobre la información que se ha obtenido de su hijo, se le certifica el grado de incapacidad para obtener
la ayuda pretendida” — ésta fue la respuesta a la demanda de quien luego consideraba que el “necesitado incapaz” era poco menos que un genio.