Sólo cuando vio que Juanito metía en su boca el ultimo gajo de su preciosa naranja, hizo una señal para llamar su atención.
— Hijo mío, quiero que escuches lo que te voy a decir con el máximo interés — dijo cuando vio que había dejado de masticar. Como siempre había sido su costumbre al dirigirse a
su hijo, le habló lentamente y empleando una voz dulce y cariñosa presuntamente tranquilizadora. Después de decir estas palabras anunciadoras de una gran revelación,
guardó silencio mientras volvía a intentar encender su ennegrecida pipa hasta hacer brotar de ella el típico apestoso humo que tanto molesta, incluso a otros fumadores.
— Lo siento por ti, pero creo que ha llegado mi hora… —, dijo inhalando profundamente una bocanada de humo.
— Yo me voy. Ha llegado el momento de dejarte solo... Tiene que ser así, y tú lo sabes —, continuó diciendo ahora, espaciando sus palabras como si al mismo tiempo que hablaba, se diera
un tiempo para ir borrando las emociones que, sin duda, despertaban en él sus propias palabras. Después, una vez consumido un largo tiempo de profundo silencio, y tras dar a su pipa
una fuerte chupada que produjo una serie de pequeñas madejillas de humo que parecían querer unir en el espacio a los dos hombres, continuó con su perorata.
— Yo sé que comprendes muy bien lo que quiero decirte —, dijo como si fuera una especie de sentencia que no se puede rechazar por falta de argumentos.
— Aquí te dejo, casi donde te encontré… Te quedas en tu mundo — añadió como si fuera la conclusión de algo que no parecía tener ningún sentido, sobre todo, dicho por
alguien tan sencillo como había demostrado ser el herrero a lo largo de su vida.
Estas últimas palabras, más que pronunciadas, pareció lanzarlas a su hijo mirándole fijamente a los ojos con ese extraño orgullo que la gente humilde se atreve a ostentar cuando cree haber
cumplido fielmente con todos los deberes que la vida les ha ido imponiendo. Por primera vez desde que se habían sentado a la mesa, le miraba fijamente como si, también por primera vez,
quisiera escarbar en aquellos ojos, todo pupila, para ver la verdad que sin duda escondía quien todo el mundo encontraba tan diferente.
“Tu hijo es un caso especial”— parecía que sonaban en sus oídos, más fuerte que nunca, esas palabras tantas veces escuchadas y que ahora parecía comprender el por qué.
“Juanito es un caso extraño. No se puede asegurar incontestablemente que padezca alguna de las deficiencias mentales típicas… Desde luego, no se le puede considerar como un enfermo”—
le habían diagnosticado los entendidos en estas cosas.