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Juanito El Divino - 04


De esta manera, protegido por los suyos, y adoptado íntegramente por toda una comunidad que, al considerarle como algo muy especial, y apreciando su carácter amable y respetuoso, le permitía comportarse a su manera, él se movía con entera libertad sin tener que cumplir ninguna obligación, y sin estar sujeto a nadie ni a nada, ni siquiera al horario de la escuela a la que solamente los primeros años acudió con cierta regularidad sin que por ello no se apreciase en él conocimientos sobre todas las materias. Tampoco tuvo que desplazarse a la ciudad cuando pareció alcanzar la edad de cumplir con el servicio militar. Al contrario de lo que tuvieron que hacer otros muchachos, él no se vio obligado a presentarse a la famosa cita para ir a “tallarse”. Claro que, si él no tuvo que acudir a esa convocatoria para “convertirse en un hombre hecho y derecho para el bien de la Patria”— como se solía decir en aquellos tiempos —, fue porque ni siquiera le llamaron. Claro que, si no le habían citado, no era por las razones que esgrimían los inevitables criticones que siempre hay en cualquier sociedad, que se mofan diciendo que, con su enorme cabeza agotaría las reservas de tela destinada a los gorros, o que, con sus cortos brazos sólo podría manejar una escopeta de juguete, o que no podría hacer ninguna guardia debido a que siempre daba la impresión de estar en alguna parte desconocida para los demás.


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La verdad es que, si no le habían llamado para cumplir con aquella arcaica costumbre de vestir un uniforme durante unos meses, no era debido a estas posibles incapacidades. ni tampoco por su condición de hijo único de una pareja de ancianos, sino simplemente, porque le habían olvidado. Aquel incomprensible olvido administrativo que le libraba de tener que someterse a la tradicional llamada a filas que algunos jovencitos celebraban como si fuera un pasaporte para entrar en la vida adulta, dio lugar a no pocos quebraderos de cabeza a la persona que se ocupaba de todos estos asuntos en el Ayuntamiento. Sobre todo, porque al indagar las posibles causas de tan enorme olvido, lo que al principio se presentaba como un error de papeleo resultó ser algo completamente inaudito, puesto que, por más que se indagó por todos lados, Juan Toledo, Juanito, o como se le quisiera llamar al que todos conocían ya como “el divino”, no constaba en ninguna parte. “O sea, que no se sabe ni dónde, ni cuándo ha nacido” — decía el alcalde a todos los que quisieran oírle — ¡Sin embargo, habrá tenido que nacer en algún sitio! ¡Porque existir, existe, no!, ¿o es que para esto también es divino?” — comentaba divertido y sin mostrar ninguna extrañeza ya que, como ya era una costumbre en el pueblo (estuviera quien estuviera en el poder) cualquier anomalía ligada con el pasado se achacaba al fortuito incendio que devoró todos los archivos del pueblo días antes de terminar la guerra. Testigos de tal suceso, eran los cuatro muros calcinados de lo que fuera el antiguo Ayuntamiento que se podían observar tras una pequeña valla no muy lejos del que se había construido después. Además, según decían los más viejos del lugar, también los archivos de la iglesia corrieron la misma suerte ya que buena parte de la sacristía y la vivienda de don Dámaso — el párroco de entonces— fueron pasto de las llamas. “Y él también desapareció en el incendio… “— decían aquéllos que le hubieron conocido. Según recordaban, no habían terminado de enfriarse todavía las cenizas de aquel enorme brasero que se había declarado tan misteriosamente que, el que fuera férreo guía espiritual de todos los habitantes del pueblo, desapareció sin dejar rastro alguno.


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Presumiendo de buena memoria, detallaban aquel acontecimiento como si hubiera sucedido recientemente. Incluso había algunos que, dependiendo del momento y de quienes le pudieran oír, se aventuraban a comentar que, tras el revuelo que originó esta desaparición, otras personas, muy conocidas en el pueblo, también corrieron la misma suerte. Según acababan comentando, en aquellos días habían vivido una verdadera locura. En medio de la turbulencia que en aquellos tiempos agitaba toda la región a consecuencia del desastre que azotaba el país entero, sin que hubiera habido más incendios que pudieran servir para justificar otras posibles escapadas, tres destacados vecinos de la localidad, funcionarios en el ayuntamiento, también desaparecieron misteriosamente con muy pocas horas de intervalo entre unos y otros, sin que se volviera a saber de ellos nunca más. Como es lógico, aquellas inexplicables ausencias, junto a los rumores de absurdas venganzas que tanto alteraron en aquellos tiempos la tranquila vida de los campesinos, ahora ya se habían convertido en leyendas, algunas tan improbables como podía ser el nulo pasado de Juanito.


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