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El Caballete

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— Te explicaré — dijo haciéndome señas para que volviese a sentarme y volviendo a insistir en servirme el vino que ahora, al no poder escamotear mi vaso como había logrado hacer hasta ese momento, tuve que resignarme a aceptar que me lo llenase hasta los bordes. Le note muy nervioso al hacerlo ya que no podía impedir que el gollete de la botella chocase con el vaso. Un nerviosismo que me dio la sensación de que le aumentaba cuando, tras coger una silla, vino a sentarse cerca de mí. Enseguida, como si hubiésemos pactado una especie de tregua, apuramos nuestros respectivos vasos lentamente y en silencio. Ese especial silencio, tan denso como mentiroso, que suele mantenerse cuando no se encuentran las palabras adecuadas para romperlo, o, teniendo mucho que decir, no se sabe bien por dónde empezar. Sin embargo, para mí, ese silencio servía para que mis preguntas llegasen a crearme una verdadera ansiedad. No sabría decir exactamente cuánto tiempo trascurrió hasta que, repentinamente y sin mediar palabra, Felicién decidió levantarse de su asiento en busca de su pipa, como pude comprobar unos segundos después cuando ya con ella en la mano volvió a sentarse junto a mí.

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Su corta escapada me hizo ver que sus movimientos ya no eran tan ágiles como los que había mostrado tener unos minutos en su pequeña pelea consigo mismo delante del caballete, ahora eran algo torpes y hasta me había parecido que caminaba encorvado como si, de repente fuera un anciano. Cada vez más intrigado por estos detalles, afine mi observación de todos sus movimientos, hasta que su voz me sacó bruscamente de las disparatadas conjeturas en las que ya estaba inmerso. — Mira..., lo que te voy a contar es algo increíble ¡Alucinante! — empezó a decir tras varias chupadas a su pipa — Como no he podido demostrarte nada, como yo hubiera querido, tengo que darte explicaciones, no vaya a ser que pienses que he perdido la razón — continuó, ahora esbozando una sonrisa con el fin de calmar la ansiedad que sin duda veía reflejada en mi rostro — De todas maneras, aunque hubiera podido demostrar lo que he intentado sin éxito, creo que también hubiera estado obligado a darte explicaciones — continuó diciendo precipitadamente antes de que yo pudiera abrir la boca mientras volvía a encender su recién cargada pipa. Unas cuantas bocanadas de denso humo casi lanzadas en mi dirección y enseguida su penetrante mirada se abrió paso a través de algodonoso azulado que flotaba entre nosotros para hacerme sentir sus ojos clavados a los míos. — Como ya sabes, tú eres uno de mis mejores amigos… ¡Ya sé! ¡No digas nada! Conozco de sobras tu teoría sobre la amistad — me dijo enseguida atropelladamente como si, así, quisiera cortar de cuajo una posible intervención mía para contradecirle. A mí, que en ese momento estaba bien lejos de querer obstaculizar su prometida y necesaria explicación, su precipitada previsión para que no le interrumpiera — en la que yo encontré implícita una clara prohibición de que yo me expresara — me sirvió de estimulo para salir de mi silencio con el fin de aclararle la idea que yo tenía sobre la amistad. — Creo que tienes una idea errónea de lo que yo opino sobre la amistad — le dije, pero sin poner demasiada seriedad a mis palabras — De todas formas, quiero que sepas, por si lo has olvidado, que para mí la amistad no es esa especie de “plato combinado” del que se sirven algunos según la conveniencia del momento. Él, aunque me dejo hablar, mientras me escuchaba meneaba continuamente la cabeza en un claro gesto desaprobatorio. — Bueno…, como quieras — me cortó sin más — no discutamos de eso ahora y escúchame. — Recordarás que antes de irte de viaje yo ya te había dicho, en más de una ocasión, que pensaba cambiarme de estudio. Te acuerdas, ¿no? Bueno pues, en concreto se trataba de este. Si entonces no te di ningún detalle sobre el asunto fue porque en ese momento todavía no estaba seguro de conseguirlo. Además, tú tan ocupado con los preparativos del viaje no me procuraste muchas ocasiones para hablarte de este tema, claro que, a decir verdad, en aquellos momentos ni yo mismo podía pensar que unos días más tarde ya estaría instalándome aquí. — No te puedes ni imaginar la serie de casualidades que tuvieron que darse cita para que esto ocurriera — continuó visiblemente animado tras dar dos nuevos chupetones a su pipa — Ya solamente el hecho de que yo llegase a conocer al propietario de este lugar fue un tanto rocambolesco, ¡sobre todo que, tras nuestro accidental encuentro, decidiese alquilármelo!, y, además, a un precio tan interesante para mí… Aún hoy me parece inverosímil toda esta historia — termino diciéndome quedándose callado repentinamente como si tuviera que revisar el pasado para convencerse de la veracidad de lo que me estaba contando. Tras un corto silencio, que yo respeté, continuó su relato con evidentes nuevas energías. Daba la impresión de que, habiendo vencido ciertas reticencias ya estaba completamente decidido a ir hasta el final con sus confidencias. — Resulta que, estando invitado a la inauguración de la exposición de Maurice… ¿Recuerdas que tú no pudiste, o no quisiste ir?... Bueno, la verdad es que yo pensaba ir ese día. Además, como tú ya sabes, yo no soy un gran admirador de su pintura… Bueno, el caso es que, a última hora, sin saber por qué, decidí acudir no fuera más que para saludarle. Ya allí, como te puedes figurar, me vi obligado a examinar sus nuevos trabajos, pero no fue tarea fácil debido a la cantidad de gente que había acudido al evento. Ya sabes…, a comer y beber gratis lo que se pueda pillar — remarco sonriente — Bueno, dejando esto de lado… Como te iba diciendo: ¡había tanta gente que ni siquiera podía acercarme a los cuadros! Asqueado ya de aquel ambiente de gorrones masticando a dos carrillos, que pasan del arte olímpicamente, decidí irme, pero, eso sí, no sin antes despedirme del artista. Así que, con el vaso de vino en la mano que pude coger casi al vuelo de una bandeja que afortunadamente paso cerca de mí, me dispuse a avanzar entre los grupos que se había formado alrededor de las mesas en donde se hallaban instaladas la mayoría de esas bandejas cuando, inesperadamente alguien tropezó conmigo haciendo que yo perdiera el equilibrio y que, tratando desesperadamente no caer al suelo, después de salpicar con mi vino a unas cuantas personas fui a dar de bruces con un señor que viéndome venir hacia él me acogió bonachonamente en sus brazos. Tras las risas y las bromas que siempre provocan este tipo de cosas, me excusé y dándole las gracias e ese señor por su pertinente actuación para evitar que yo me encontrase en el suelo, le invite a tomar algo juntos. Ni que decir tiene que, él tras aceptar encantado mi invitación, tuvimos que abrirnos paso entre la gente hasta encontrar un lugar cercano a donde despachaban las bebidas. Allí, mientras esperábamos a que nos sirvieran lo que pedimos, nos percatamos de la gran mancha de vino que lucían nuestras respectivas chaquetas a consecuencia de mi accidente, sobre todo la de quien había impedido que yo besara el suelo. Bastante contrariado, volví a excusarme nuevamente, pero él, muy campechanamente, le restó importancia. A juzgar por el risueño semblante que lucía al hablarme, daba la impresión de estar contento con la huella que le había dejado mi torpeza. — “Si usted fuera un artista le pediría que me firmase esta bonita creación… Nunca se sabe… Algún día podría ser famoso y mi chaqueta podría valer una fortuna — me decía divertido, riéndose de buena gana, mientras me mostraba la mancha en toda su extensión. — Soy un artista — le contesté yo entre serio y risueño siguiéndole la broma. A partir de ese momento, nuestra conversación giró en torno a la pintura y los pintores. No recuerdo exactamente todos los temas que tratamos, el caso es que al escuchar mis lamentaciones en cuanto a las pésimas condicione que nos veíamos la mayoría de los artistas para desarrollar nuestra creatividad, en este caso yo, puesto que el estudio en el que vivía y trabajaba, era tan minúsculo, que ni siquiera me permitía pintar los cuadros del tamaño que yo deseaba. Él, tras haber escuchado atentamente todas estas quejas, se quedó pensativo durante todo el tiempo que yo invertí en conseguir que nos sirvieran más bebida. Unos instantes después, tras dejar sobre la mesa la copa que yo le acababa de poner en su mano y consultar rápidamente su reloj, me dijo algo que, ya él pareció anticipar con su sonrisa, iba a cambiar mi vida. —“Escuche…Se me ha hecho un poco tarde y ahora ya tengo que irme sin más dilación, pero…, si le parece, nos podemos ver otro día…, ya que quizá tenga algo interesante para usted. ¡Ya le explicaré en otro momento! — me dijo antes de quedarse pensativo. — “¡Mire! — volvió a gritarme, sin duda para hacerse entender entre el vocerío que nos rodeaba — “Como sólo voy a estar en Paris unos días… Si usted puede, llámeme mañana mismo a este teléfono para quedar a qué hora podemos encontramos por la tarde y, así, poder explicarle algo que se me ha ocurrido ¡Vale! — me propuso un tanto enigmáticamente dándome una tarjeta suya antes de desaparecer rápidamente entre la gente que, ahora más que nunca, parecía rodearnos. — ¡Bueno!, para hacerte la historia más corta, te diré que ese señor resultó ser el propietario de este estudio. En realidad, es el dueño de todos los que se encuentran en este último piso a los que se suben por distintas escaleras. Unas propiedades que, según me contó él, las recibió como herencia de su abuelo paterno. Desde luego que, no las heredó exactamente en el estado que se encuentran ahora, ya que tuvo que realizar no pocas obras para reestructurarlas hasta alcanzar el estado en el que se encuentran ahora en forma de estudios. El caso es que, una vez terminadas las obras, enseguida los alquiló, todos menos este que, no sé por qué, nunca me lo dijo, siempre quiso tenerlo vacío y a su disposición. — Comprenderás que, al no darme él ninguna explicación al respecto, yo no le haya preguntado nada. No es de mi incumbencia saberlo, además, no me importa, lo esencial es que gracias a lo que se podría juzgar como un capricho suyo, yo ahora esté instalado aquí. Pienso que debido a la conversación mantenida con él el día de nuestro primer encuentro en la inauguración de la exposición de Maurice y la buena impresión que pude causarle entonces o… ¡vete tú a saber por qué!, el caso es que inesperadamente él decidió ofrecérmelo en alquiler a mí. Lejos estaba yo de pensar tal cosa el día que nos dimos cita. Habíamos quedado en vernos en un café casi al pie del Sacré coeur. Yo llegué un poco antes, y recién estaba ya por la mitad de la cerveza que había pedido, que apareció él como una exhalación para enseguida, casi antes de pedir él café que nunca bebió, me propuso alquilarme un estudio de algo más de treinta metros. — “Donde podrás pintar esos cuadros de gran tamaño que tanto deseas” — me dijo tuteándome por primera vez — “Además te lo alquilo personalmente…, sin pasar por la agencia que se ocupa de gestionar los otros estudios. ¿Vale? — Ese día nos separamos enseguida, pero no sin antes darnos cita allí mismo dos días después para ultimar detalles, sobre todo, para que yo lo visitase y así, ver si correspondía a mis deseos y si estaba de acuerdo con el precio del alquiler. Te puedes figurar que yo, nada más poner un pie en el edificio ya flipaba de contento, pero cuando ya entramos en el estudio, no tuve que mirar mucho para que mi cuerpo y espíritu ya no quisieran salir de aquí. Si te digo que me sorprendí a mí mismo con mi propia reacción… Nunca había experimentado algo parecido... Fue, como si al cruzar la puerta de entrada un efecto mágico me hiciera sentir como si yo fuese otra persona. Te vas a reír, pero, desde que estoy viviendo aquí hay veces que me pasa algo raro…Qué decirte… hay veces… cuando pinto… que hasta tengo dudas sobre si yo sigo siendo el que siempre he sido. No tengas miedo, no estoy loco, ya verás. Ahora permíteme que te cuente todo hasta el final y estoy seguro de que comprenderás y compartirás mis dudas… — remarcó Felicién con sorprendente énfasis. Bueno, el caso es que el día de nuestro segundo encuentro fue de lo más positivo, enseguida nos pusimos de acuerdo en todo, tanto en el precio del alquiler, como en las condiciones. ¡Fue todo tan rápido!... Como él tenía que marcharse unos días después a San Raphael, en donde, aparte de residir con su familia me pareció oírle decir que tenía todos sus negocios, cerramos el trato visto y no visto. Es decir: exactamente tres días después, justamente el día de tu partida, ya estábamos firmando el contrato y todos los demás papeles que había redactado él mismo. Lo más increíble de todo fue que me entregó las llaves sin que yo tuviera que entregarle ni un céntimo de fianza. — “Se puede decir que hemos hecho todo con un pie ya puesto en el estribo del tren” — recuerdo que me decía él riéndose a carcajadas de su propia ocurrencia. — “Tú sabes — me dijo después ya seriamente, pero ya con esa intimidad que caracteriza a las viejas amistades — me viene de familia comportarme un poco como un mecenas. Además, cuando el otro día al conocernos hablamos de pintura, cruzando entre nosotros comentarios sobre los artistas, al manifestarme la gran pasión que sentías por algunos de los, impresionistas, algo me dijo en mi interior que debía… ¡Qué digo!: ¡que estaba obligado a alquilarte este estudio!”. — “¡Ah! Sobre todo, no te extrañes por mi manera de hacer, en cuestión de sentimientos hay muchas cosas, ¡muchísimas!, que la razón no puede comprender” — añadió como si tratase de justificar su generoso comportamiento con alguien que había conocido sólo unos días antes. — “Ya te he dicho que me viene de familia actuar según mis impulsos”— aún dijo al despedirse Fue visitando el estudio que me había hablado sobre su familia y su herencia, anunciándome que, además del estudio que estaba dispuesto a alquilarme, también era propietario de otros, y también de una cueva de desahogo en el mismo edificio que él ni siquiera había visitado desde que heredó todas esas propiedades. — “Si quieres también te la cedo con el estudio, creo que para ti puede ser de gran utilidad para guardar cuadros y bastidores y demás materiales. — “Como te acabo de decir: yo nunca he bajado a verla — dijo al oír mi alegre aceptación entregándome en ese momento una vieja y descomunal llave de hierro. — “Posiblemente aún queden algunos trastos ahí desde que mi abuelo habitara casi toda una planta de este caserón. Tú sabes: ¡fue precisamente él quien intervino para que se construyera este último piso!... Y ¿sabes para quién? — me preguntó como si le divirtiera saber cuál podía ser mi reacción de haberlo sabido — ¡pues para albergar toda una banda de amigos suyos! Artistas todos, ¡claro está! Y, según cuentan los que dicen saber hasta el más mínimo detalle de aquellos tiempos, hasta alguna de sus modelos — “Comprenderás que, para mí es como si, además de estas propiedades, hubiese heredado también un irreprimible interés por la pintura y el mundo tan particular en el que se suele desarrollar. Mi abuelo, entre otras cosas se comportó como una especie de Mecenas. Eso sí, algo especial. ¡Ah! mi abuelo… Son tantas las cosas que me han ido contando sobre él… Parece ser que alguno de sus amigos artistas, que él tanto ayudó en sus inicios, luego llegaron a ser famosos… Bueno, eso es lo que siempre se ha ido diciendo en la familia. Fabulas tal vez. ¡Cualquiera sabe…! Yo, de todas formas, no les doy mucha importancia a la mayoría de esos rumores. ¡Ahhh!, se me olvidaba decirte que, si encuentras alguna cosa en la cueva que te pueda servir, no dudes en hacer uso de ella, y lo que te estorbe, lo tiras sin ningún miramiento. Puedes estar seguro de que nadie lo va a reclamar, jajaja” — terminó riendo al acabar todas sus explicaciones sobre tan excepcional abuelo mismo tiempo que me hacía un guiño de complicidad a modo de despedida.
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—Unos días más tarde, durante mi mudanza, al bajar momentáneamente a esa cueva algunas cosas que me estorbaban aquí, me quedé estupefacto al encontrarme con este estupendo caballete que, a juzgar por el polvo que lo cubría, llevaría allí años completamente abandonado. En realidad, fue lo primero que vi al abrir la puerta que lo mantenía encerrado. Casi puedo decir que parecía estar esperándome para ser liberado. Bueno, el caso es que, sobresaliendo de entre algunas cajas de madera, vacías de contenido, y algunos muebles y trastos tan sumamente viejos que ya resultaban completamente inutilizables, estaba intacta esta autentica belleza.

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