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El Café - 23


— ¡Claro que estoy segura!… ¿Verdad Lulú?, decía aquella muchacha con aire imbécil ahora ya prefiriendo observarse la punta de sus pies en vez de continuar mirando en mi dirección. Ni que decir tiene que yo, al ver aquel patético cuadro, y oír la acusación de aquella payasa, me sentí dolorido moralmente. Estaba indignado por lo que me estaba sucediendo. Sobre todo, porque, aunque sospechaba cuál era el motivo de mi presencia allí, todavía no sabía exactamente de qué se me acusaba. Bajo toda esa presión que estaba sufriendo en aquel momento, yo opté por dejar de preocuparme. ¡Yo no soy culpable de nada!, me dije tratando de desconectar de lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Enseguida, ya como estuviera observando aquella escena desde alguna parte desconocida, veía que me hablaban, me miraban, y me preguntaban cosas que no estaba seguro de comprender.


el café



La verdad es que, en el estado en el que yo me encontraba en ese momento, no podría asegurar nada. Ni siquiera si yo acabé diciendo alguna cosa. El caso es que, cuando logré recuperar totalmente mi consciencia, me encontré en la misma celda, o en una muy parecida a la que había ocupado antes. Claro qué, ahora yo me sentía tan distinto que hasta tenía la impresión de que habían transcurrido años desde aquella primera vez. Ahora, por extraño que pudiera parecerme, el chasquido de la cerradura de la puerta al cerrarse, que tanta inquietud me causara entonces, ahora me hacía experimentar cierto alivio. Saberme solo sin tener que soportar a todos aquellos desconocidos que solían tratarme como si yo fuera un maleante, me hacía sentirme bien. ¡Es curioso los vericuetos que tienen que recorrer los sentimientos para expresarse!, me dije pasando una breve revista a todo lo que me estaba sucediendo mientras me frotaba mecánicamente las muñecas. ¡Todo va tan rápido!, reconocí pensando en el conjunto de los acontecimientos que el caprichoso destino le estaba imponiendo últimamente.


juanito el divino
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