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El Café - 21


Yo, emocionado por un trato tan amable, le escuchaba con suma atención tratando de valorar en su justa medida todo lo que me estaba diciendo. Parecía sincero, Su piel morena y su peculiar acento al hablar, contribuía a que no tuviera el aspecto de ser un xenófobo, y esto hacía que yo le mirase casi con ternura. ¡No le puedo defraudar!, me dije dispuesto a seguir sus consejos. ¡Vaciar mi alma si era necesario! Claro que, ¿qué le podía decir!?, me pregunté enseguida. ¡No puedo inventarme una vida de delincuente sólo para demostrarle que puede confiar en mí! Quizá fuera la ansiedad que sentí al buscar la manera de salir airoso de tan conflictiva situación lo que provocó en mí el urgente deseo de ir al servicio. Instintivamente dirigí mi mirada hacia el rincón en el que, nada más entrar en aquel reducido espacio, me había parecido ver una taza de váter. Me avergonzaba la idea de tener que hacer uso de ella tan a la vista, pero ya no podía más. Rápidamente busqué con la mirada a mi reciente amigo para excusarme, pero éste ya había desaparecido. Unos instantes después, aliviado ya de tan apremiante necesidad, y ya mucho más tranquilo, me senté en el desnudo camastro que tenía a mi disposición y traté de reflexionar. Como hipnotizado miraba inconscientemente a mí alrededor mientras me forzaba a poner algo de orden en mis pensamientos. No sé por qué, pero sólo conseguí verme pintando en la paz de mi estudio, rodeado de mis cuadros, mi música… Todo lo que constituía mi vida. ¡Mi universo!, concluí como si todo lo que estaba evocando perteneciera a otra realidad. ¡Ah! el tiempo, ¡cómo juega con nosotros! Cuando él lo decide, nos hace ver cerca lo lejano al mismo tiempo que nos aleja del presente… A veces tanto, que Incluso lo hace desaparecer, pensé mientras instintivamente miraba el reloj. Enseguida me percaté que me lo habían confiscado junto al contenido de mis bolsillos, el cinturón y, también, los cordones de mis deportivas.


el café



No sabría decir cuánto tiempo había transcurrido desde mi llegada allí. Tenía la sensación de que hacía ya una eternidad. Es como en los sueños, me decía yo para mis adentros, sean buenos, o menos buenos, o incluso malísimos, lo único que se nos permite hacer es continuar metidos en esa burbuja hasta que el tiempo… otra vez el tiempo, decida devolvernos a la realidad conocida. Eso que vulgarmente llamamos, despertar Venciendo no pocos escrúpulos me tumbé en el desnudo camastro, pero enseguida me incorporé. Ni podía ni quería quedarme dormido. Es más, sintiéndome más despierto que nunca, captaba todos los ruidos que circulaban a mi alrededor, hasta incluso oía algunos que seguramente ni siquiera existían, ya que parecían salir de los muros que constituían aquel pequeño habitáculo, gritos, amenazas y suspiros. Era como si estuviera presenciando una obra de teatro sin ver los actores. Cómo hacemos la mayoría de los humanos que siempre vivimos de espaldas a la realidad, me dije aludiendo a mi propia conducta. Muchas veces nos vemos a través de ese espectador que todos llevamos dentro y no con nuestros propios ojos, empecé a filosofar, examinando mi propia conducta desde que había salido del estudio y tras sentarme en una terraza había pedido que me sirvieran un café… — ¡Vamos tú, levántate!, oí que me gritaban muy cerca de mí.


juanito el divino
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