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El Café - 20


— Así que, ¿éste es el criminal que asesina con su veneno a nuestros hijos?, preguntó nada más aparecer en la habitación en la que, aunque a mí me pareció una larga espera, solamente había permanecido sentado unos minutos. A pesar de estar impresionado por la autoridad que desprendía este nuevo personaje, ante quien me habían forzado a levantarme de mi asiento, tuve la osadía de mirarle de frente. Era un tipo desgarbado y picado de viruela, con una cabeza demasiado pequeña lo que hacía que diera la impresión de estar clavada en una pica. No me dio tiempo para seguir buscando otras peculiaridades porque, enseguida, se dirigió a los policías que me habían acompañado todo el rato diciéndoles que me encerraran para que reflexionara. No sabría decir porqué, pero aquella orden tan breve y, aparentemente sin gran trascendencia, consiguió que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo. — ¡Vigila bien a ese hijo de p…! ¡Lástima de guillotina! Le había dicho el más bocazas de mis acompañantes al policía que fue designado para acompañarme a la celda.


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— No le hagas mucho caso, es un violento que a más de uno le ha hecho pasar un mal rato. Has tenido suerte que haya sido yo el designado para traerte aquí. Desde ya te digo que ahora, al estar bajo mi custodia, no permitiré que te haga ningún daño, terminó diciéndome en tono paternalista aquel policía mientras me quitaba las esposas y cerraba la puerta tras él. Luego, a través de los barrotes, volvió a dirigirse a mí en un tono casi familiar. — Tú pareces un buen muchacho. ¿De verdad también eres pintor? Mi padre también pintaba allí, en Medea, Argelia. Bueno, antes de emigrar aquí. Yo también pinto… un poco, ¿sabes? Enseguida se quedó pensativo mientras se rascaba ligeramente los tupidos rizos de su pelo negro. Mira…, aunque yo haya nacido en Francia, no soy verdaderamente de aquí… Tú ya me entiendes ¿no? Por eso yo te comprendo y me pongo en tu lugar… Me temo que lo vas a pasar muy mal. Tú no sabes cómo son. Yo lo siento por ti, créeme. Yo podría suavizar las cosas… Soy un buen amigo del comisario. Claro que tú… —¿Permites que te tutee?, me dijo haciendo un pequeño paréntesis, antes de aconsejarme que debiera colaborar con él diciéndole cuáles eran mis contactos. — ¡Enseguida podrías volver a tu casa!, terminó diciéndome con firmeza.


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