Como éstas eran mis primeras frases que formulaba con cierta coherencia, completamente embriagado por las emociones, yo las sentía como si fueran deslizándose
de mi boca sin que pudiera hacer nada para retenerlas. Enseguida noté que se hizo un repentino silencio en mi entorno. Nadie me contestó, sólo recibí el impacto
de sus furibundas miradas. Pudiera ser que no tuviera relación alguna, pero, de pronto sentí un apremiante deseo de ir al servicio.
Debí haber ido al del café, me reproché para mis adentros pensando que, en esos momentos, iba a ser todo mucho más complicado ya que no estaba el ambiente
para lindezas. ¡Por cierto, me he ido sin pagar! ¿Qué pensará de mí el camarero?, me increpé incómodo pensando que ya pasaría más tarde por la cafetería
para abonar lo consumido. No pude seguir pensando lo que haría más tarde, sobre todo, cuando aquellos policías se dieran cuenta de que era inocente.
— No te hagas el pardillo. ¡Vale! Estás acusado de traficar con droga, ¿sabes?, oí que me decía alguien que estaba situado a mis espaldas.
Aunque sin verle, por su voz reconocí que era el mismo que, desde mi detención, se comportaba conmigo como si yo hubiese matado a su padre.
Entre todos los agentes que se encontraban allí quizá era el menos grandullón, pero, sin duda el más bocazas. La verdad es que, con su cara
de perro callejero y la manera de expresarse, metía miedo.
— ¿Cómo? ¡Qué dice! Oiga, ¡usted se equivoca! Yo no soy…, iba a decir que yo no era un traficante de nada, pero él me interrumpió bruscamente.
— ¿Y esto qué es?, me gritó enfurecido agitando ante mí el sobre que yo había encontrado debajo del asiento de la terraza.
— Pero ¿qué dice?, no pude retenerme de exclamar tratando de incorporarme de mi asiento, pero una serie de manos me lo impidió con inusitado vigor.
— Pero… Déjenme que les explique, comencé a decir, con ese alarde de valentía que produce el saberse libre de toda culpa.
— Ya tendrás ocasión de explicarte con el jefe. Ten paciencia, está a punto de llegar. De todas formas, ya te avanzo que hay testigos que han
estado observando todos tus movimientos. Llevamos días esperando pillarte “in fraganti”, me dijo calmamente el que parecía llevar la voz
cantante desoyendo las imprecaciones del quisquilloso de siempre que, en ese momento, me acusaba de ser un camello.
— ¡Tengo testigos que te han reconocido, camello de mierda!, me decía en ese momento sin darme tiempo para contestar a sus acusaciones.
Eso si hubiera tenido algo que decir ya que, su claro insulto me produjo el mismo efecto que si me hubiese disparado un tiro.
La verdad es que, de todo lo que me estaba diciendo, creo que sólo entraba en mi cabeza una décima parte. Claro que esa pequeña porción
se repetía en mi cabeza como un interminable eco.