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El Café - 13


El camarero, que seguía mirándome desde lejos, debió creer que mis gesticulaciones estaban encaminadas a llamar enérgicamente su atención para que se acercara a mí mesa, contestó con un rápido movimiento afirmativo de su cabeza. Viendo cómo se iba aproximando, me incorporé rápidamente en mi asiento adoptando con toda celeridad una postura normal. —¡Otro café con leche!, le grité innecesariamente nada más verle a un paso de mi mesa. ¡Por favor!, añadí enseguida en un tono más normal como si así estuviera pidiendo disculpas por el tono empleado anteriormente. Tal vez debido al nerviosismo que sentía crecer en mí al no poder controlarme, el caso es que reconocía estar comportándome como un niñato mal educado. El camarero, que ya debía estar más que acostumbrado a los gritos de los jóvenes que solían frecuentar su terraza, ni siquiera pareció inmutarse, es más, me dirigió una extraña sonrisa y girando sobre sus talones se dirigió con marcada celeridad en dirección de la entrada de la cafetería. Sintiéndome solo otra vez volví a arrellanarme en mi asiento mirando de nuevo a mi alrededor. Con mucho disimulo y muy concentrado en lo que hacía, a tientas logré despegar totalmente aquel sobre, Sin mirarlo, simplemente a través de mi tacto, me pareció estar lleno de billetes. De todas maneras, fuera lo que fuera, algo había en su interior. Sumamente intrigado, dudé si abrirlo inmediatamente o guardármelo para examinarlo detenidamente más tarde. Ya me lo iba a introducir en uno de los múltiples bolsillos de mi sahariana militar, cuando apercibí al camarero que, a grandes zancadas se aproximaba a mí trayendo en su bandeja otro servicio de café. De repente me puse muy nervioso y no sabiendo qué hacer con el sobre que parecía quemarme los dedos opté por no guardármelo y con mucho disimulo lo dejé pegado en el mismo sitio en el que lo había encontrado. Luego me quedé inmóvil frente al camarero fingiendo estar muy interesado cómo iba poniendo sobre la mesa el café. Enérgicamente, pero con cierta solemnidad, recogió en silencio el servicio usado anteriormente, pero dejando la jarrita que todavía contenía un poco de agua y el vasito invertido con la mosca dentro. Luego, sin decir palabra alguna, con un ligero movimiento de cabeza, que yo le devolví muy cortésmente, se marchó por donde había venido. No habría dado ni tres pasos que, de improviso, bruscamente volvió a acercarse a mi mesa para dejar en ella el tique del importe de mis consumiciones, pero lo arrojó con tanto vigor que el liviano papelito cayó al suelo. Un ligero vientecillo lo arrastró hacia mí. Yo con suma celeridad me agaché para evitar que volara más lejos, pero quedé como petrificado al observar que había ido a pararse justo al lado del sobre que yo había creído dejar pegado debajo del asiento. Notando físicamente cómo se incendiaban todas las raíces de mi pelo, como si esta fuera la infalible señal de alarma en situaciones de peligro máximo, me incliné rápidamente a recogerlo del suelo. No conseguí mi propósito, pues otra mano, mucho más rápida que la mía, se había anticipado y lo hacía en mi lugar. — ¿Se le caído a usted esto?, me preguntó muy amablemente el inoportuno camarero mostrándome el sobre. La verdad es que no podría asegurar que yo respondiera algo, tal y como yo me encontraba en ese momento creo que me limité a mover ligeramente la cabeza. Claro que él tampoco me dio mucho tiempo para que yo dijera nada pues, con extrema celeridad, dejó el sobre y el tique de las consumiciones y se marchó, no sin antes, con un rapidísimo gesto liberar la mosca poniendo boca arriba el vaso que la mantenía cautiva. El destino, ahora en forma de camarero, le era favorable a la ya resignada mosca. Ésta, sin duda agradablemente sorprendida, durante unos instantes parecía indecisa sin saber qué hacer, después, estrenando libertad, algo trastabillada por su largo cautiverio, aleteó torpemente y haciendo unas cuantas ridículas piruetas como para desentumecerse, vista y no vista, desapareció sensatamente.


juanito el divino
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