— El vuelo rasante que hizo frente a mis ojos una de las múltiples palomas que revoloteaban a mi alrededor, me sacó brutalmente de mis pensamientos.
Enseguida dejé de torturarme con mis reflexiones y decidí no pensar en nada que pudiera perturbar la sensación de bienestar que me proporcionaba un
día tan espléndido. Decidido a alejar de mi cabeza todas esas nubes que empezaban a ensombrecer mis pensamientos, comencé a hacerle elocuentes señas
al camarero para que me trajese otro café. No podría asegurar si él me vio y, aún menos, si había comprendido lo que yo quería transmitirle con mis
gestos. Solamente cuando volví a llamar su atención, a pesar de que él siguió inmóvil en el sitio que parecía estar dormitando, yo ya estaba casi
seguro de que me había visto perfectamente. De todas formas, como yo no tenía ninguna prisa en ser servido, no le di ninguna importancia.
¡Que venga cuando él quiera!, me dije dispuesto a esperarle tranquilamente. Sin siquiera pensar lo que hacía me deslicé aún más en mi asiento hasta
el punto de que mis brazos, al quedar colgando fuera del silloncito hacía que mis manos casi rozaran el suelo.
Con la mirada casi rasando la superficie de la mesa constaté que la mosca ya campeaba a su anchas sobre la parte más pringosa de la cucharilla y, a juzgar
por su nerviosa actitud, no parecía tener muy claro lo que debía hacer ahora. Como una posesa subía y bajaba de la jugosa cucharilla frotándose las manos.
—Parece una pueblerina que visita unos grandes almacenes por primera vez, me dije bromista. Una paleta algo tontorrona que, teniendo un tesoro bajo
de su patas, no sabe ni siquiera qué hacer con él.
Como yo en ese momento no tenía otra cosa más interesante que hacer, tuve la ocurrencia de erigirme en el destino de algo, no fuera más que el de una insignificante
mosca. Sin pensar verdaderamente lo que hacía, con un rapidísimo movimiento de una de mis manos, puse el vacío vaso de agua boca abajo atrapando en su interior
a la codiciosa mosca y parte del azucarado pringue que se había desprendido de la cucharilla. Ahora, a través del vidrio, la veía debatirse desesperada por
salir de su tumba de cristal olvidando ya por completo la inmensa golosina que había sido la causa de su perdición. ¡Y sólo porque yo lo había decidido así!,
pensé con cierto placer. Involuntariamente me asaltaron miles de ideas sobre la vida, muchas de ellas completamente contradictorias. Hubo un momento que
hasta llegué a sentirme estar atrapado como aquella mosca, no en el espacio concreto de un vaso, sino en uno del cual no se conocen los límites. Y, como
quizá hubiera pensado la mosca de no haber sido formateada como insecto, sin saber el motivo que pueda justificar tal situación. Enseguida comprendí que
carcelero y encarcelado es la misma cosa, pues todos somos juguetes del mismo poderío.