— Un café con leche —, le pedí con la autoridad del que se siente en su propia casa sin dejarle margen para dudar de mi seriedad a pesar
de la simpática sonrisa que le estaba dirigiendo. ¡A saber lo que pensaría de mí en ese momento! Para él, posiblemente no era más que
un pintor dominguero de los que tanto abundaban en Montmartre en otros tiempos. Un extravagante que antes de sentarse había tenido
que probar casi todas las sillas de la terraza. El caso es que, enseguida, nada más oírme, dando un extraño respingo mientras asentía
con la cabeza, se dirigió sin más titubeos en dirección de la entrada del establecimiento.
Caminaba ágilmente, pero se apercibía algo raro en su manera de andar, parecía que lo hacía con cierta cautela, como se supone que lo hace el experto
cazador que sospecha que la pieza a la que está a punto de disparar puede cambiar de posición súbitamente.
— Sin duda piensa que cuando vuelva con el café yo ya esté en otro sitio… O haya desaparecido, me dije divertido encontrado lógica su posible aprensión.
— ¡Un café con leche!, me pareció oír que repetía nada más llegar a la puerta del local como si tuviera que despertar a alguien de la pesada somnolencia
que flotaba en el ambiente. Incluso me pareció oír, o quizá lo imaginé, que alguien respondía con otro grito como si estos pequeños gritos fueran necesarios
para ir despertándonos unos a otros y, así, comenzar un nuevo día.
— Otra jornada más, llena de gritos, cafés con leche apenas deseados, verdaderos deseos nunca conseguidos, alguna que otra sorpresa, y todo ello en un mundo
misterioso del cual ignoramos todo, me dije dejando volar mi mente a su libre albedrío.
No sé cuánto tiempo dejé vagar mi espíritu. Sin apenas darme cuenta, mis pensamientos me hicieron volar por lugares imprecisos, esos paisajes sin definir que,
con cierta frecuencia, además de sacarme de lo cotidiano, suelen hacerme sentir que vivo en un mundo equivocado.
— ¡Cualquiera sabe cuál es el verdadero!, me dije a mi mismo casi en voz alta tras tener la sensación de haber hecho un largo recorrido por lugares desconocidos.
No sabría decir qué fue lo que me hizo abandonar esos mundos tan imprecisos que, a veces, surgen ante mí. Quizá fue el revoloteo de una paloma entre las mesas
buscando alimento lo que logró sacarme de esos ensueños que yo, como artista, posiblemente necesitaba zambullirme de tanto en tanto. En el fondo, había momentos
que preferiría vivir en esas dimensiones tan embaucadoras, que soportar lo que la mayoría de la gente acepta como incuestionables realidades.